El tema de la oración es atemporal y siempre es de la misma relevancia. “Orar es como respirar” se dice a menudo y con toda razón. Porque si oramos vivimos la vida de Cristo, una de constante comunión y vida en plenitud con nuestro Padre. El principio del avivamiento en nuestra persona tiene dos principales aristas: el estudio bíblico y la oración. He indicado “oración profética” con toda la intención al hablar de la oración de Daniel. Es profética porque además de ser un diálogo con nuestro Padre es una proclama de lo que él es. ¿No es la tarea del profeta anunciar precisamente quién es el Señor? Pues la profecía no solo tuvo en el pasado una función de predicción y amonestación públicas sino además, y en principio, fue una proclamación íntima, algo que inició en la soledad y la revelación del Espíritu de Dios. En este sentido, la oración de Daniel contiene ese elemento profético compartido con todos los hombres de fe que han vivido sobre la tierra. Se trata de una plegaria que inicia con el conocimiento de quién es Dios según él se ha revelado. De manera que si alguno quiere orar proféticamente debe orar conforme a las Sagradas Escrituras. Los gemidos indecibles del Espíritu jamás se oponen a lo que él mismo compartió a los que eran suyos. Orar proféticamente no es entrar en un éxtasis desordenado y comenzar a ver visiones futuras. Orar proféticamente es orar en la Palabra de Dios y el poder del Espíritu. Orar como Daniel.
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